Intuía desesperación en él, aunque de costumbre muy poco común. Suspire, me alegre y lo admire. Era el final de lo que había sido una carrera para ver el paisaje más hermoso nunca inventado. Era su final. Todo el color, se tiño como una foto antigua, i gastada por los años. Savia que le pasaba, lo notaba. Seguía, no quería dejar pasar esa oportunidad de vivir cada segundo, por muy negro y sin final que aparentemente fuera. Se levanto, con un esfuerzo soberbio, mis lagrimas se derramaban sin cesar, ¿por que habían de parar? Tampoco importaba ya… mi mano lentamente se deslizo rozando las pequeñas partículas de polvo en el cargado ambiente. Él la rechazo con un gesto amable y costoso. Con la misma mano apenas le quedaba fuerza, arrapo la tupida cortina, dejando una bienvenida deslumbrante a los rayos del sol. La habitación abrumaba resplandor, color y vida. Vida la que le faltaba a él. Su tez se emblanqueció, sus piernas flaquearon, sus manos se estremecían. Yo, no lo podía evitar. Le ayude a tumbarse, como siempre me lo agradeció, y mi corazón se acurruco en mis entrañas. Sus ojos brillaban, quería luchar pero sus pupilas me anunciaron su final. El último soplo fue fugaz.
Mis rodillas se estamparon sobre el frio suelo, llore como nunca lo había hecho antes. La muerte se había presentado en esa pequeña habitación, y fui incapaz de llevar a cavo mis más horripilantes deseos de furia. ¿Cómo tanta libertad y deseo fluían hacia un mar oscuro y temido? Me levante di unos pasos muy lentamente, mi rostro definía el sufrimiento propio de todo una vida cruzada por mi desesperación. Mi cabeza se giro, muy lentamente, cogí aire suspire como había hecho ya muchas veces, le mire y mi fuerza amaino dejándome exasperada en la superficie de baldosas cada vez más fría. Mis pensamientos eran negativos quería que se acabara todo, pero pensé en sus fuerzas de vivir sus aspiraciones su alegría… Cogí fuerzas me alce y con sollozo le di mi último adiós, dejando filtrar su relevo hacia mí.
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